El 21 de julio del 2011 fue el peor día de mi vida, mi hijo de 16 años se quitó la vida esa tarde. Si el sonido del disparo me impactó, mucho más fue la realidad que descubrí después ya que en ese momento pensaba que él no tenía razones para querer morir– al menos lo creí así bastante tiempo.

 

Era alto, guapo, noble, inteligente, hacía amigos con facilidad, excelente deportista; de hecho a la semana siguiente se iría de viaje fuera del país a una competencia de futsala…pero a él nada de eso le importaba.

 

Su muerte cambió mi vida para siempre. Cuando lo encontré tenía a su lado una nota improvisada donde me decía que en su celular había dejado una carta de despedida. En ella expresaba que hacía mucho que deseaba morir, que mientras los demás pensábamos que él tenía todo para ser feliz, él veía las cosas de otra manera.

 

Se sentía diferente y ya no tenía ánimos de pensar en el futuro. Sentía que cada pequeña cosa significaba demasiado esfuerzo, se sentía fracasado.

 

Pasé los meses siguientes tratando de encontrar una explicación a su deseo de morir; revisaba entre sus cosas indicios. Poco a poco algunos recuerdos, conductas, actitudes y expresiones fueron cobrando forma, la terrible forma de una depresión enmascarada.

Los síntomas somáticos (dolor de estómago y cabeza) eran frecuentes. La presión académica lo estresaba y desmotivaba; en clases estaba cansado y le era difícil concentrarse.

Las alteraciones del sueño eran parte de la mayoría de sus días, a veces dormía mucho y otras muy poco. La apatía cada vez era más evidente, a veces ya no quería ni siquiera entrenar y yo pensaba “es la adolescencia, está creciendo”.

 

Recuerdos

 

En mi mente están grabados los momentos en que la intuición me decía que había algo más, como la vez que lo observé sin que él se diera cuenta cruzando una calle sin precaución, los vehículos evitaban golpearlo y él caminaba despacio como deseando morir. Sentí el alma en un hilo y me pregunté ¿Qué le pasa?

También recuerdo aquella vez que llegué más temprano a casa y la puerta de su habitación estaba cerrada con muebles detrás, como asegurándose que fuera difícil abrirla en caso de emergencia, y esa emergencia llegó.

 

Me pregunto ¿por qué no puse más cuidado, por qué silencié esa voz interior de preocupación?, creo que la negación me cegó los ojos y creí que no podía llegar a cometer suicidio, que él no sería capaz, y lo fue.

 

En los días antes de su muerte comenzó a regalar ropa y otras pertenencias valiosas para él. No me sorprendió porque Christian podía quedarse sin nada con tal de ayudar a un amigo, sin embargo, en esa ocasión era diferente, estaba de alguna manera despidiéndose. Todos estos cambios tan marcados anunciaban el comienzo del fin.

Sorprendentemente esos últimos días la irritabilidad se había ido. Pensé equivocadamente que las cosas estaban mejorando, lo veía tranquilo. Ahora entiendo que esa señal era negativa, esa aparente paz era señal de que ya no quería luchar más, de que se había rendido.

 

La depresión tiene mil caras

 

La depresión tiene mil caras y se escondió detrás del rostro de un chico de 16 años que no pudo ponerle nombre a lo que le pasaba, que creía que el problema era él.

Aunque el suicidio de mi hijo movió hasta los fundamentos de mi fe, no es el acto en sí mismo lo que más me duele, sino los años de sufrimiento donde según él “se desvanecía por dentro”.

 

Lo que a él le sucedía se llama depresión y puede ser detectada y abordada a tiempo.

 

Me arrepiento de no haber buscado ayuda y que la desinformación influyera para no darle la relevancia que esos síntomas tenían.

A los seis meses de su muerte me inscribí en la universidad para terminar la carrera de psicología que había abandonado años atrás. Desde entonces he decido levantar mi voz porque mi hijo no pudo hacerlo y explicar a otros cómo la depresión se mete en las vidas de las personas robándoles la alegría y la esperanza.

 

Siete años después de ese terrible día, estoy aquí escribiendo un pequeño fragmento de nuestra historia con el objetivo de que las familias detecten a tiempo este problema y reconozcan las señales de alerta.

 

La depresión lleva a las personas a ver todo negativo y sin esperanza. Los aísla y empuja a tener pensamientos de muerte. Busquen ayuda, no tengan vergüenza de expresar lo que sienten.

Piensen en una persona de confianza a quien le puedan hablar de sus ideas. No se queden solos porque estas ideas pueden ir cobrando fuerza hasta volverse una alternativa en la que ya no ven más opciones.

El apoyo y comprensión de familiares y amigos es lo que puede hacer la diferencia.

Karen J. Maldonado